lunes, 28 de septiembre de 2009

Silencio en la isla desierta

OCHO

Lo primero que hicimos fue rescatar todo cuanto pudiera sernos útil del barco, al que habíamos asegurado mediante unos cabos amarrados a los árboles cercanos a la orilla.

Espoleados por la necesidad, animándonos unos a otros, llevamos a tierra las pocas provisiones que quedaban, herramientas, un par de armas y munición que la tripulación había olvidado en su huida, el botiquín, la ropa... Almacenamos bajo un saliente de las rocas lo que podría servir más adelante. Pese a lo precario de nuestra situación, mantenernos activos nos ayudaría a llegar cansados al finalizar el día, y a no dejarnos arrastrar por la consternación.

Los escasos datos que habíamos reunido sobre la orografía de la isleta nos ayudaron a elegir un emplazamiento para instalarnos. Era una explanada amplia sin arboleda orientada al sur, en la falda de la colina central, cercana al caño de agua potable y desde la que dominábamos una buena extensión de la costa. Estaba protegida de los vientos y no parecía que fuera a anegarse en caso de lluvias torrenciales.

Con toldos y palos levantamos unas tiendas que nos valdrían como refugio para las noches, nos las ingeniamos para instalar una especie de cocina de campaña, excavamos letrinas y acondicionamos la zona del manantial para aprovisionarnos de agua y asearnos.

Casi no nos atrevíamos a mirarnos a la cara, para no ver reflejada nuestra angustia en los rostros de los demás.

1 comentario:

  1. acabo de llegar a la isla y me encuentro ya con todo montado.. genial, oye :)

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