lunes, 14 de septiembre de 2009

Silencio en la isla desierta

SEIS

No era fácil decidir qué hacer.

Desmontar los restos de la barca para conseguir leña o levantar una choza suponía perder la posibilidad de volver a hacernos a la mar. Pero navegar en esas condiciones, incluso reparando en la medida de lo posible los desperfectos de la nave, nos condenaba a una muerte segura por inanición en medio del océano.

La primera noche en la isla fue muy fría. Casi todos sufrimos pesadillas y apenas logramos descansar, dándole vueltas cada uno en su cabeza a todo: por qué nos habíamos embarcado en ese viaje, por qué habíamos confiado en aquella tripulación...

Nada de eso tenía ahora la más mínima importancia. Ya habría oportunidad de lamentarse y de comprenderlo más adelante. En aquel momento, lo único importante, y urgente, era sobrevivir.
Ninguno teníamos conocimiento de las constelaciones del hemisferio sur, por lo que nos resultó imposible determinar nuestra posición.

Al amanecer, la bruma tardó en despejarse y el sol en calentar nuestros huesos ateridos por la humedad. Fui a beber al manantial. No me resultó sencillo volver a encontrarlo en medio de la espesa niebla. Teníamos que empezar a decidir cómo organizar nuestras vidas en las condiciones en las que nos encontrábamos.

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