martes, 18 de agosto de 2009

Silencio en la isla desierta

DOS

Habíamos navegado a la deriva un largo tiempo azotados por el temporal, perdidos en medio del océano, sin saber dónde nos encontrábamos.

Los motores habían fallado y se había abierto una vía de agua: la embarcación apenas resistía los envites de las enormes olas.

Esa noche, la tripulación había huido en los botes salvavidas.

Nos habían abandonado a nuestra suerte, mintiéndonos acerca de falsas promesas de reparaciones, ideando ardides e incluso empleando amenazas y desplantes; y cuando, aturdidos por la galerna, nos pudimos dar cuenta y quisimos reaccionar ya era demasiado tarde.

Aunque algunos lo habían advertido tras la expresión impenetrable de sus rostros y en la ambigüedad de sus palabras, los demás no queríamos ni imaginarlo. Se habían largado como ratas. Nos habían traicionado.

En plena tormenta, los sistemas de comunicación apenas consiguieron funcionar unos días, los suficientes para lanzar un constante SOS.

Pero nadie parecía oír nuestro desesperado grito de socorro.

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